Estoy
esperando por una señal,
algo fuera
de mí, que no entiendo,
estoy
sumergido en estas horas,
hasta que
los ruidos me asaltan.
Puedo
escuchar desde este muro
sonidos sin
origen ni ritmo,
llevándose
mi cuerpo de atril
hasta el
zaguán, los pasillos y más allá.
Me hacen
correr por el enorme salón
donde otro
tiempo pude dormir,
donde cada
retrato se vuelve ficción,
pieza retocada
de una memoria infiel.
Los ruidos
aceleran mis pasos torpes,
apenas libro
las monstruosas reliquias,
ya bajo por las
maltratadas escaleras,
todas las
puertas se quedaron abiertas.
Pero no la
reja entre el zaguán y la calle,
quedó
clausurada en un solemne acto,
del cual ya
no hay testigos ni detractores,
solo un
obstinado rostro, indistinguible.
Como una
mancha indeleble sobre la tela,
porta una de
esas muecas aterrorizantes,
de aquellas
que uno no puede ignorar,
pues nos
cuentan una historia verídica.
Esta
historia en particular,
no tiene un
desenlace conocido,
un montón de
palabras flotando,
volviendo
por el vestíbulo.
Me quedo
aquí, en el patio interior,
quiero quedarme
cuidando el jardín,
donde la
noche ignora los lamentos,
me observa y
a estas cosas valiosas.
Que de algún
modo aún están vivas,
detrás de
las ventanas, en los pasillos,
bajo la cama
y adentro de las lámparas,
la noche los
atiende a todos, menos a mí.
Se quedan
dormidas entre las grietas,
canciones de
una herencia desconocida
y brotan musgo
y ramas con hojas
que trepan
discretas las paredes.
Estas
paredes se han vuelto tan delgadas,
incluso una
persona podría atravesarlas,
los ruidos
se vuelven pasos y luego voces,
voces sin
conciencia, ni prisa ni deseos.
Escapan de
los rincones de la casa,
cerrándose a
mi alrededor como una garra,
una pesada,
lenta y constante gota de agua,
perforando
con fuerza incorpórea.
Algo que es
un destello prohibido,
algo que se
extiende hasta morir,
sin tocarme,
perdiéndose en la ligereza de mi cuerpo,
reagrupándose
para volver a desfilar hacia las llamas.
Se dejan
caer sobre mí
y cada una
de esas voces
se vuelve un
sufrimiento
momentáneo y
agudo.
No queda un
solo cuerpo cautivo
pero aún se
pueden contemplar,
los gritos
incendiando corredores,
signos
insufribles que no tienen final.
Puedo hablar
con una voz
que ya no es
corpórea,
he comenzado
a entender
que soy como
una imagen desenfocada.
Que apenas se
pronuncia
en la
inmensa oscuridad,
como letras
que no se borran del papel,
sin importar
cuanto tiempo pase.
Siguen ahí, aunque tú no las puedas ver,
ni escucharlas y tampoco sentirlas,
aun así, en ciertas ocasiones,
pueden volver como poemas olvidados.
Solo sus habitantes conocen bien,
los ruidos
de una casa vieja,
solamente
una casa tan vieja,
puede ser habitada por tantos fantasmas.
La distancia
entre todas estas imágenes,
a pesar de
estar encerradas aquí,
es algo que
las vuelve inalcanzables,
me muevo a
través de una soledad eterna.