domingo, 9 de diciembre de 2018

Sagrario

Esta tarde es triste y llueve tanto,
como un lamento de mi memoria,
recuerdo el polvo sobre los estantes,
las cosas que eran y que desprecie,
el pasto crecido que ya no quiere mi atención,
aquellos espejos rotos y botellas vacías,
el brillo azulado de un coro de ángeles,
yo que descuide por completo la casa mía,
ya  nada es mío ni puedo robarlo,
ayer que decidí cuál era mi dicha
y hoy que solo vivo por estar vivo,
por eso esta tarde salgo apresurado,
sin abrigo ni besos de despedida,
camino entre las calles y callejuelas,
sin detenerme con nadie ni nada,
nada ni nadie se queda conmigo.

Y al estar de pie, con ganas de llorar,
frente a las colosales puertas,
quieto como si hubiera golpeado un rayo
y con una hambre inmensa,
me miran jueces bien abiertos que van saliendo
y pienso que ellos dicen con voces muy bajas
¿Quién será este hombre?
¿Qué tristezas le tienen tan enfermo?
O ¿Cuánto habrá tomado este infeliz?
Hace mucho que ya no bebo,
hace poco que ya no aguanto,
doy un paso y me adentro en la parroquia.

Me muevo entre las bancas y los nichos,
¿Quién de nosotros o de aquellos
podría erguirse hoy sobre un nicho?
Si no hay cosa material que nos sostenga,
si cada mujer y cada hombre se tiene
a sí mismo como  una verdad indecible,
una conciencia gris, sin temor ni dolor.
Al acercarme discretamente al altar
puedo contemplar esas manos,
las dos manos santas clavadas,
las espinas que atraviesan al hombre
y el rostro doliente que busca al Padre,
no encuentro consuelo,
ya no contengo el llanto
y me doy cuenta que una mujer me está mirando,
una mujer de carne y hueso,
que me mira con compasión,
como si yo recién me hubiera bajado de la cruz,
como si supiera perfectamente
cuanto dolieron las espinas y los clavos.

¡Oh dios mío!
De haber sabido antes que estabas aquí
quizás yo no hubiese sido indiferente,
aquí en este sagrario inmaculado
que es un refugio para el pecador
y que me mira como mi madre,
es que a veces de Dios,
uno necesita una madre.

¡Oh madre mía!
De haber sabido antes que te tenía,
tal vez yo habría sido mejor hijo,
mejor hermano, mejor padre
y ahora que me doy cuenta
de que nada de esto me fue ajeno
pero que por elección lo ignoraba,
quiero atenderlos a todos.

Quiero volver arrepentido a mi hogar
y ofrecerles a todos un acto sincero,
quiero calmar esta hambre de amor
y ofrecerles a todos un pan caliente,
a los estantes, el pasto y los ángeles
con la fe que había perdido, hasta hoy.

No hay comentarios.: