viernes, 26 de octubre de 2018

Soñé que era un árbol

Vino a mí como una alondra triste a media mañana,
yo era un árbol silente de ojeras largas y ramas cansadas,
se posó y no me opuse,
pude haberla despedido:
¡Vete lejos! No añadas más peso a mi cuerpo,
yo ya entregue mis frutos y merezco descanso.
Pero no lo hice,
la deje estar,
me miró con unos ojos de quien no entiende el mundo,
ni el dolor, ni la muerte,
–Oh pequeña ave –pensé–.
¿Qué maldad habrán descargado sobre tu espíritu?
¿Con que afilado puñal han atravesado tu corazón?
–Oh Señor árbol –me dijo–.
No sé porque lo ha hecho,
un niño me ha lanzado una piedra,
estoy herida pero yo no hice nada,
no lo entiendo.
–Es el hombre
–conteste–. No tiene remedio,
aquel espectro de luz,
millones de años atrás,
no lo ha dejado germinar,
y si acaso esa luz llegara a brotar,
no creo que estemos aquí para verla.
Pero tú tienes un don,
eres libre y pequeña,
yo estoy aquí, inmóvil.
Este es mi cuerpo, esto el tuyo,
yo doy vida, tú la transformas,
a través de ti, el universo canta,
no te desveles como yo
en cambiar el ritmo de las cosas,
de todo cuanto hay, llegará la hora,
somos la musa, la herida, el olvido.
–Lo entiendo –me dijo–.
–Duerme ya –le ordene–.
Desperté.

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