Andaba yo por las tinieblas,
huérfano y perdido de mí,
mi cuerpo vuelto mimbre,
que al tocarlo se quiebra,
mis ojos como la hojarasca,
que de tanto llorar se seca,
y mi alma toda arrepentida,
en busca de algún lugar,
alguna luz para guiarme,
hasta que llegó a mí la brisa,
el aire se perfumó con rosas
y sin merecer yo el perdón,
me cubrió un manto azulado,
levante la cabeza para mirar,
era el rostro de una madre
que atiende a su hijo amado
con la más dulce esencia,
vi en sus ojos mi consuelo
y sus brazos me apartaron
del frío y de toda sombra,
en las manos la sensación,
un amor que no tiene fin,
he vuelto ya a mi hogar.
En verdad eres mi refugio
y en tu presencia consigo
la luz que eleva las almas
y otorga la gracia para ir
hacia una nueva vida
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