lunes, 11 de septiembre de 2017

Diálogos

Habrás escuchado la risa contagiosa,
fruto de una alegría sincera
que transporta a la tierna infancia.
Habrás sentido aquel abrazo cálido,
nacido de una fiel amistad
que resistió las horas y sus traiciones.
También habrás apreciado alguna vez,
las esperanzas y sus desilusiones
haciendo eco en las cuevas
donde ya no queda nadie más.
Háblame de la soledad y sus formas,
háblame de la dicha y sus nombres.
¿Tenemos los mismos privilegios aquí?
Dime si has sentido su pesada mano,
si acaso escuchaste su amorosa voz
y ¿cuál es el orden natural de estas cosas?
Quedar sordo al estruendo del fracaso
y refugiarse en el silencio indiferente,
espejos plateados con rostros ajenos,
cuerpos inaccesibles meciéndose
y piernas sin ansiedad.
La inesperada mirada afectuosa
que penetra y dilata el corazón,
descansar en sábanas limpias,
componer cantos en su nombre
y vivir dulcemente convencido.
Enamorar y enamorarse para crecer,
entregarse hasta perder la razón
y vivir sediento de su manantial.
Contemplar la esperanza y la vida
con unos ojos que no son tuyos.
Flotar y desaparecer en la nostalgia
esperando los últimos epigramas
aquellos versos antiguos y ocultos,
versos de ira, desdén y pasión,
olores, sabores, imágenes y virtudes
que satisfacen cualquier placer.
Inútilmente repetir labores
hasta comprender y cambiar,
de los sepulcros regresar
con o sin un consuelo
y dar lugar a los recuerdos,
sentirse seguro y comprendido
dejando lágrimas sobre su piel.
Pretender que se puede
contener la ira del mar
con todas sus glorias
y sus dolores por vivir.
Entonces dime, sombra de mí
si esto es razonable…
Si el corazón merece sufrir.

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